1. ¿Qué quieres que haga la gente?
Cuando hablas en público hablas siempre con una intención, no por tu cara bonita o porque a los que te escuchan les guste perder el tiempo. Pero la mayoría de las veces casi nunca nos planteamos qué queremos que haga la gente que nos está escuchando. Encontrar ese qué es fundamental para estructurar tu discurso. A veces se trata de que alguien aprenda a usar una nueva herramienta informática, pero otras veces la solución no es tan fácil. Siempre, siempre, siempre que hablas en público lo haces por una razón. Piénsala bien, escríbela en un post-it y no la pierdas nunca de vista mientras elaboras tu discurso.
2. Adopta una posición de poder.
Lo que hagas con tu cuerpo modela tu actitud. Tu postura corporal no sólo cambia la perspectiva que otros tienen de ti, sino que inmediatamente cambia la química de tu cuerpo y por tanto la manera en la que te sientes y las cosas que haces. Un reciente estudio ha demostrado que adoptando una posición de poder –ver imagen- durante tan sólo dos minutos, aumentamos los niveles de testosterona de nuestro cuerpo –la hormona masculina, la que incita al riesgo y la aventura- y disminuimos los de cortisol –la hormona del estrés-. Así que, antes de hablar en público –y mientras hablas en público también- coloca tu cuerpo en posición de poder, para sentirte más confiado y mejorar tus posibilidades de éxito.
3. No digas nada que no haga a tu público mejor.
Ponte en el lugar de tu público. Imagina que eres tú el que está sentado frente al orador. Buff, qué aburrimiento, otro pesado que habla y al que tengo que escuchar. ¿No? ¿A que eso es lo que piensas tú muchas
veces? Puedes cambiar esta dinámica negativa si te planteas, desde el inicio, algo fundamental: ¿qué gana la gente que te escucha pensando como tú? Tienes que ofrecerles algo que mejore lo que saben, lo que hacen o lo que sienten. Si lo encuentras, ganarás. Porque habrás sido útil para los que te escuchan. Y te recordarán.